He tenido la oportunidad de colaborar con Abraham García en estos últimos años. He aprendido tanto de él que me cuesta aceptar con naturalidad sus cariñosas palabras. Ahora que somos buenos amigos las acepto como una muestra más de su generosidad conmigo, de su sabiduría y de su ¡genialidad!. Abraham dixit:
Se malicia que Pancho Villa, sobrado de balas y elocuencia, en su último suspiro, sólo acertó a farfullar: “No me maten así; digan que dije algo”
Precisaré que yo, en público, e incluso en privado, tampoco he dicho gran cosa. Sirva como atenuante que, a poco que ellas asintieran, mi boca siempre estuvo ocupada.
Y en cartuchos gastados no puedo competir con Villa, pero sí en gatillazos.
Mi cortedad oratoria me supuso más de un sofoco; mejor no recordar el aciago día en que, en una charla sobre vinos, me quedé en blanco; y nada me consuela razonar que peor habría sido quedarme en rosado.
En mi azarosa vida, dos veces tuve la oportunidad de callarme; no lo hice y aún me arrepiento. El discurso fue breve: sí, quiero.
Hoy, en la escarcha de mi invierno y con la cabeza enharinada, agradezco los sabios, pacientes y reiterados consejos de Carmen Santos, que me permiten hilvanar un monólogo.
Gracias a su pedagógica maestría he logrado esta cima: antes, me comía las palabras. Ahora también, pero las sazono.
Abraham García.
Restaurante Viridiana.